Friday, November 24, 2006

Efraìn y Mario

Mi mompa el Poeta Paz, homónimo del celebérrimo bardo Mexicano y quizás el Colombiano más erudito que conozco, suele decir, "El sentido común es el menos usado por el ser humano." Sus palabras cobran alarmante vigencia cuando analizo el comportamiento social de muchos de mis congéneres en nuestro bello país, por Gabriel García Márquez rebautizado Macondo; término convertido por el Nóbel de Literatura en sinónimo de todo aquello aparentemente imposible que sucede aquí. Comencemos no más por el escabroso tema de la pederastia clerical que recientemente nos sacude. Desde que alcancé la edad de la razón y fui internado en un aun prestigioso colegio Católico en las afueras de Bogotá -de paso sea dicho la experiencia más traumática de mi entonces corta existencia y una que no le deseo a nadie- recuerdo las soterradas risitas que suscitaban los deslucidos chistes acerca de un tal "Cura Taladro." Nada grato el cuentico cuando me enteré con quienes y bajo que circunstancias el desviado sacerdote se había ganado semejante remoquete. Cabe sopesar la gravedad del desviado presbítero metido en los calzoncillos de los muchachitos bajo su cuidado y el perenne trauma psicológico que esta aberración carnal inflige sobre las indefensas víctimas. Aunque no sea así, el lúbrico asalto pareciera más degradante cuando se comete contra miembros del mismo género, difícil imaginar algo más sombrío que un cura -como se dice coloquialmente- cacorro. Pero cuando apelamos al sentido que mi mompa Octavio asegura ser el menos utilizado por la especie animal muchos aseguran ejerce supremacía terrenal, arribamos a la muy común conclusión que hombres conviviendo juntos se exponen a una elevadísima probabilidad de enamorarse entre sí. Además de revestir cierta lógica innegable, tal consideración adquiere ribetes absolutamente pavorosos cuando consideramos los clérigos llevan dos milenios sin aceptar, mucho menos abiertamente amar a la mujer. Situación que adquiere enorme complejidad al ver como estos mismos hombres viviendo con hombres son los que explícitamente atacan la homosexualidad. Tremenda paradoja de inmediato hace saltar a la mente el popular dicho que habla de un burro llamando a otro orejón. El preocupante escenario se torna aun más confuso cuando la prensa global en el ejercicio de su fuero educador e investigativo intenta explicar porque la iglesia Católica separa al hombre de la mujer y a la fecha ningún periodista siquiera ha contemplado el motivo históricamente más plausible y primero que se debatió en mis clases de sociología en la Universidad de California, Berkeley: para evitar que un hijo del Papa herede el Vaticano, su vasta fortuna e inmenso poder. De repente el sentido común que tanto echa de menos el Poeta Paz nos derriba con fuerza lapidaria, ¿qué tanto se podría esperar cuando se le entregan jovenzuelos de tersos glúteos al malvado Cura Taladro? Los resultados solo podrían ser algo semejante a nombrar un alcohólico gerente de la licorera. Para muestra tenemos la confesión del perverso cura ciclista, ante el cual no se puede descartar la escalofriante posibilidad que el homosexualismo sea una fosca peana del sacerdocio. Bajo tal circunstancia, no sería sorpresa que una investigación meticulosa arrojara un horrendo porcentaje de sacerdotes que gusten de hombres. Alto grado de responsabilidad recae sobre los padres de familia y autoridades civiles por carecer precisamente de sentido común y permitir por omisión una inaceptable negligencia en la elección del personal que habría de educar a sus hijos. Recuerdo en quinto de primaria el sosiego que me causó ver como nadie hizo nada al respecto del degenerado curita y sus aparentemente inocuas perforaciones anales. Para evitar la pesadilla de caer en las garras de semejante monstruo no teníamos los párvulos más remedio que correrle cuadras al salaz sacerdote para mantenernos a leguas de sus afiladas garras. Vaya camellito que empañó la supuesta inocencia de mi preadolescencia.Un renombrado presentador de exiguo talento en nuestra tele despide su programa con una invitación a que los videntes lo vuelvan a acompañar "si Dios nos da permiso." Una minuciosa aplicación de aquel esquivo sentido con demasiada facilidad me lleva a estimar que bajo las actuales circunstancias tan deplorables en que subsiste la gran mayoría de humanos, cualquier buen Dios debiera estar demasiado ocupado para preocuparse de semejante nimiedad como es concederle permiso a un badulaque de siete suelas para que a diario embrutezca más a su ya derrumbado rebaño. Pero es precisamente este tipo de pensar que tiene -como también se dice de forma coloquial- reídos al clero. Mientras el grueso del pueblo continúe depositando su pasado, presente y futuro en las veleidades de una divinidad nadie ha visto ni escuchado, asimismo continuará existiendo en un alto grado la posibilidad que muchos sacerdotes sigan introduciendo sus penes dentro del recto de infantes con la alacridad de quedar impunes. La descomunal falta de sentido común nos asalta desde los cuatro puntos cardinales y el caso de los Ovnis se constituye en otro ejemplo flagrante. A pesar que existen miles de fotografías de objetos voladores no identificados y cientos de testimonios ofrecidos por personas que no se conocen pero certifican haber visto marcianitos quienes por su descripción resultan ser prácticamente idénticos, nadie cree en ellos. Si embargo estos mismos certifican con una seguridad pasmosa que el Dios que no saben dónde vive, ni han escuchado su voz, ni nunca han visto, mucho menos haberle tomado una fotografía, no solo existe pero hace y deshace. Un taoista que se hace llamar Kunkuraita jura y rejura que ni una hoja se mueve sin la voluntad de Dios. Semejante falta de sentido común tan agobiante no le ha permitido asimilar al despistado pupilo de Kelium Zeus -ahí les dejo la tareita para que averigüen quién es esta joya- como acaba de culpar a su Dios por absolutamente todas las tragedias de la humanidad. Toda vez que sipote lógica -o escasez de ella- nos conduce a deducir entonces que su Dios es responsable de los peores vejámenes de la humanidad, desde el holocausto Nazi, pasando por el lanzamiento de la bomba atómica y -en el caso particular nuestro- la guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico y secuestro, hasta la infame muerte de Omaira en Armero. Etcétera, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera. Tengo tres amigos quienes en el ocaso de sus infecundas vidas deciden entregarse a Dios -por lo menos eso dicen. Tienen en común -y no hablo del sentido- haber sido parranderos, mujeriegos y drogadictos, al punto que dilapidaron su peculio y terminaron en la clínica. De este envidiable trío, un médico naturista, un comerciante de software y un agricultor, solo uno -coincidencialmente el más pobre y emocionalmente estable y quién creo fácilmente adivinarán cual es- exhibe una vida digna de que los tres profesan ser, discípulos absolutos del Altísimo. A pesar que el cibernauta tampoco toma alcohol ni consume droga, se acuesta con cuanta falda se le atraviesa, y mientras más joven mejor. Habrá que ver si al momento de rendir cuentas lo reciben en la Salanet Mayor -si es que el Don Juan digital logra encontrar el tan cacareado Nirvana en la web universal, ya que hasta el momento nadie ha podido ubicarlo. Tocará aguantarnos el aliento a ver si San Pedro suelta semejante lobo entre las once y tantas miles de vírgenes que dicen residir en el Reino de los Cielos. Pero pareciera que él último de este cuasi celestial trío tendrá que arreglárselas con el viejo Sata en vivo y en directo, ya que fuma cannábis cuan corsario náufrago, aspira coca como cartelero en pena y para rematar, de manera desolapada explota la caridad con fines lucrativos, al mejor estilo del Vaticano. Hablando de los reyezuelos de Roma, mientras el grueso de la congregación Católica se haga de la vista gorda con respecto al opulento estilo de vida exhibido por Papas y Cardenales, estos seguirán viviendo a costa de sus dádivas cuan estrellas de rock and roll. Sobra resaltar como la ostentosa vestimenta y lujosas viviendas de los jerarcas Católicos desdicen volúmenes acerca del hijo del Dios a quién aseguran no solo emular pero hacer las veces de su embajador en la tierra. Además, el hecho que muchos Papas cometieron delitos enormemente más atroces que acariciarle las nalgas a sus acólitos sugiere que poco le temen al juicio final; amén que seguramente sus errantes almas vagan por el infinito en inútil búsqueda de los anhelados Campos Elíseos, al que no merecen ingresar por total carencia de virtuosidad. La triste verdad es que mientras los feligreses otorguen al clero tal poder irrestricto, estos seguirán tomando provecho de este caos mental para vivir al ancho de la seda sin conocer la necesidad de ocuparse en una labor realmente productiva ni cumplir con las obligaciones elementales que agobian a los demás mortales. Decirle "Padre" a unos hombres que abjuraron tocar a las mujeres y por sus propios votos de celibato se supone no albergan la menor posibilidad de procrear, es demasiado indicativo de la profunda y preocupante confusión mental que reina entre la feligresía Católica. Tanto así, que me es imposible suponer que un solo Católico pueda sostener al abiertamente desagradable y suspicaz sacerdote Efraín Rozo como una figura que siquiera simbolice algún asomo de dignidad religiosa; menos contemplen acudir a este nebuloso personaje en busca de los sacramentos o alguna dirección espiritual. Ni pienso que cualquier verdadero padre y/o madre de familia provista de una mínima dosis de sentido común le confiaría sus hijos pubescentes.

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