Tuesday, November 29, 2005

El Opio del Pueblo

-Hijo, si creyera en Dios me arrodillaría en aquella esquina y rezaría hasta que se me cayera el fundillo. Fueron las últimas palabras de mi moribundo padre cuando señaló un rincón de la fúnebre habitación 55 en la Clínica de Occidente de Cali, la mañana de aquel apocalíptico 22 de Marzo de 1968. El afán de abrazar a mi viejo en su momento final me suministró la fortaleza suficiente para soportar un espeluznante periplo que comenzó bajo el fuego cruzado de una emboscada Viet Cong en la carretera central QL-1 entre Danang y Qui Nhon en Vietnam del Sur y finalizó casi 60 horas después sobre el candente asfalto de Calipuerto.
-Mijo, si Dios no me hace el milagro de salvar a tu padre, te juro que jamás vuelvo a rezar. Fueron las primeras palabras de mi abatida madre, quién lloraba con amargura la inminente partida de su amado compañero, cuando aun vistiendo mi uniforme del ejército gringo caí rendido en sus brazos.
A mis escasos 20 años experimenté el colosal impacto que acaecimiento tan doloroso como la muerte provoca al espíritu humano. A tal punto que ese fatídico día vi como mi padre norteamericano, quién había sido criado en un hogar totalmente ateo, buscó a Dios. Y mi madre Colombiana, hija de un profundo arraigo Católico, Apostólico y Romano, lo renunció de un solo tajo.
A pesar de haber sido levantado sin una pizca de religión, mi viejo poseía una inmensa bondad y a razón de ello cedió ante las creencias de mi madre y permitió que se me educara en colegios Católicos. Fue precisamente la deferencia heredada del viejo que me llevó a guardar silencio ante mi madre sobre lo mal que me fue con los curas. Pocas veces vi en personas religiosas la rectitud y tolerancia exhibida por mi incrédulo padre y aquella enigmática realidad me llevó a concluir de manera terminante que la religión organizada nada tiene que ver en la verdadera formación espiritual del ser social.
Al contrario, la serie de enseñanzas malsanas que recibí de los clérigos me lleva a cuestionarlos de modo contundente. Primero fue con los Escolapios en el Colegio Calasanz de Bogotá. Por motivos que jamás explicaron y aun no comprendo, estos confundidos curas se arrogaron el derecho de infligir castigo corporal a los alumnos; brutal escarmiento que ni mis propios padres usaron en mi crianza. Por el simple echo de mirar hacia atrás en la fila, recibíamos severo coscorrón que le dolía más a victimario que víctima. Cabe anotar lo mal cómo se percibe esa abominable práctica en la educación moderna. Cuando un día fui testigo obligado de un Escolapio dándose física trompada con un alumno de sexto de bachillerato, advertí como estos pobres hombres andaban completamente desorientados y no poseían siquiera la mínima condición moral para educar a la juventud. Caso patético que confirma la profunda hipocresía que reside dentro de la religión organizada se advirtió en la Universidad Javeriana de Cali cuando cierta profesora de Inglés expuso queja formal ante el rector por el chancuco tan descarado de sus alumnos durante los exámenes. Fue porque muchos de sus malogrados pupilos se encontraban a punto de recibirse como profesionales que el despistado rector optó fue por despedir a la desconcertada docente antes que enderezar el torcido caminar de los hijos de la mal llamada flor y nata de la sociedad Caleña.
Son estos dolosos ejemplos que recalcan la incongruencia de pretender cultivar jóvenes con personal falto de comprensión paternal, experiencia sexual, probidad moral y estabilidad mental. Es absolutamente imposible que seres humanos quienes rechazan al sexo opuesto, se rehúsan procrear y no gozan de una vida sexual saludable puedan poseer las cualidades requeridas de un buen educador, menos reemplazar a los padres. Poner a sacerdotes y monjas a educar niños se convierte en algo tan incoherente como colocar a un minusválido de entrenador deportivo o nombrar director del departamento de arte a un invidente. La ineludible verdad que el instructor más competente es una persona cuya experiencia vital se haya desarrollado dentro de un ámbito que le permita adquirir los conocimientos propios de la paternidad responsable me fue punzantemente confirmado cuando luego mis padres me enviaron interno al Saint Mary's College High School en Berkeley, California. Allí los mal llamados Hermanos Cristianos exigían a los padres de familia conferirles permiso escrito para azotar a sus hijos con un palo al peor estilo de la edad media. Sobra resaltar como semejante exabrupto sirvió fue para levantar una generación de rebeldes, pero con causa muy definida, y los abominables resultados se evidencian en los estratosféricos niveles de violencia presentes en todas las capas de la apaleada cultura norteamericana. Es menester destacar el altísimo grado de responsabilidad que conlleva una formación inepta hacia los titánicos traumas sociales que padece el mundo hoy día.
Pero, me pregunté una y otra vez, ¿cómo fue que llegamos a tal punto? Las respuestas que hallé después de 30 años de investigación fueron aterradoras y determinantes. Su principal razón fue porque gran parte del planeta, en particular el mundo occidental, depositó plena confianza en el clero. A gran número de incautos se les convenció que el mero hecho de llevar sotana o hábito automáticamente clasifica al portador como persona apta para prácticamente todo. La gran mayoría de creyentes no se percatan de la triste pero ineluctable realidad cómo los miembros del clero no dejan de ser personas corrientes que inclusive disponen de menos recursos sociales por su exclusión voluntaria de la experiencia general tan necesaria para redondear la personalidad humana. Es trágico y totalmente lógico cómo una persona enclaustrada no puede saber lo mismo que aquel que anda libre, ni podrá disponer de los recursos sociológicos obligatorios para remediar los innumerables y complicadísimos problemas que aquejan a la humanidad.
Lo más preocupante es llegar a la realización que el auge del clero dentro de las estructuras sociales no es resultado de su excelsa bondad, extraordinaria inteligencia, ni su excesiva capacidad de liderazgo, sino más bien de una maniobra cuidadosamente calculada que involucra toda suerte de manipulaciones, tanto de información como de la fragilidad del espíritu humano. En algún momento de la historia, ciertos avivatos percibieron la posibilidad de establecer control sobre las grandes multitudes implementando una especie de terrorismo psicológico basado en generar temor hacia poderosísimas deidades desconocidas pero que el clero asegura poseen tanto la capacidad como la tendencia a imponer feroces castigos eternos a quienes desobedecieran sus incondicionales directrices.
Esta inestabilidad mental generalizada fue caldo de cultivo para que surgiesen las religiones organizadas. El humano inculto, incauto e inocente carecía de la capacidad de raciocinio para descubrir la falacia que le imponían estos malvados vivarachos. Al ser deleznable siempre le ha sido más fácil permitir que otro le resuelva sus intranquilidades y esta débil condición socio-psicológica permitió que personas inmerecidas se aprovecharan de la histórica encrucijada y se inventaran lo que a la postre resultó ser el cuento más trascendental de la existencia humana: dios.
El grado de maquiavelismo practicado por el clero se torna aun más reprensible si hemos de considerar las postulaciones del autor suizo Eric von Däniken, quién en su libro En Busca de Antiguos Dioses (In Search of Ancient Gods) argumenta que el concepto de dios nació de una visita extra-terrestre y que los primeros religiosos deliberadamente destruyeron las evidencias físicas que soportaban dicha teoría. Sin sumergirme en la trillada controversia sobre la existencia de un ser supremo, debo decir que encuentro más plausible la propuesta de von Daniken que aquella expuesta en la Biblia. En caso de ser ciertas sus impugnaciones acerca de tan execrable conspiración, descalificarían por completo la honorabilidad del clero y arrojaría su credibilidad sobre el tapete de la duda. De ser así, imagino al Vaticano en pleno haciendo fuerza sobre humana para que los tales marcianitos no regresen a dañarles el parche, como de manera coloquial se expresa hoy día la juventud Colombiana. Los cánones del razonamiento dictaminan como recae sobre los hombros de aquellos que aseguran obrar en nombre de algún dios la obligación de comprobar su existencia. El hecho que en todos estos siglos el clero no ha querido o no haya podido hacerlo habla volúmenes sobre su escasa entereza moral.
Infortunadamente transcurrirán otros tantos siglos antes que la humanidad se levante de su letargo cognitivo y busque la verdad, porque definitivamente con apenas solicitarla no la van a recibir. Mientras tanto el clero continuará viviendo al ancho de la seda a expensas de sus ingenuos fieles.
La respuesta al interrogante de cómo la sociedad llega a otorgarle potestad tan inmerecidaal clero es asombrosamente sencilla. A la conspiración espiritual perpetrada por hombres mediocres, ávidos de poder y riqueza, agréguele la insolvencia intelectual del humano común y arribamos a la letal fórmula social que tiene al planeta sumido en un colosal caos.
Mark Ames, autor de Ira, Asesinato y Rebelión (Rage, Murder and Rebellion: From Reagan's Workplaces to Clinton's Columbine and Beyond, Soft Skull, 2005), describe de manera precisa este fenómeno sociológico cuando señala cómo "hace parte importante de la naturaleza humana nuestra capacidad y deseo de ser gobernados, obedecer, y aceptar la jerarquía, tanto cómo adaptarnos a cualquier circunstancia y eventualmente considerarla normal."
Menos cortos que perezosos, el clero ha desarrollado gran primacía social haciendo uso inadmisible de esta febril condición humana; al punto que hoy existen miles de millones de seres que aceptan hasta su más absurdo pronunciamiento como la verdad absoluta.
Ejemplo prominente se ve en un popular programa del canal RCN llamado Ojos de mi Barrio, donde amas de casa aplauden a rabiar los concejos del Padre Chucho, un joven sacerdote cuya posición como miembro del clero no le permite poseer mayor experiencia sobre temas que suele abordar como si fuera experto en la materia. Produce pena ajena ver mujeres de todos los estratos embelesadas con las recomendaciones nada profesionales del chistoso curita cantante sobre asuntos uno considera impropios a una persona que jamás se ha casado, procreado o criado hijos y ni siquiera ha vivido fuera del ámbito artificial del mundo clerical. Cabe resaltar como de manera negligente en ningún momento RCN promulga -ni mucho menos la audiencia exige conocer- el currículo académico del Padre Chucho para ver si este posee la formación intelectual y/o experiencia social requerida para dilucidar con propiedad sobre temas tan apartados para un clérigo como son el incesto, la infidelidad, el alcoholismo, la drogadicción, el abuso sexual, la prostitución infantil y el pandillaje juvenil. Basta con que porte sotana para que estas ingenuas damas acepten todo lo que dice el Padrecito Chucho como exhortaciones impartidas por un erudito. Este tipo de problemas se agravan cuando los medios se prestan para dar su aval a toda suerte de inciertas materias religiosas. Caso patético cuando en días pasados RCN abrió un noticiero con un sacerdote que dijeron ser el máximo experto de la iglesia Católica en exorcismos y en otra emisión mostró una imagen de Cristo que aseguraron sudaba sangre. Da grima observar como ante semejante contenido tan controversial los exiguos presentadores del programa noticioso fueron incapaces de siquiera formular cuestionamientos claves sobre la existencia de un diablo o requerir el ADN de la supuesta sangre sacra. Bastó con que el despistado clérigo afirmara que Satanás existe para que todos se retiraran conformes; frágil perspectiva que difícilmente sería admitida en los corredores de la alta academia. Si los más prominentes medios no son capaces de exigir aclaraciones precisas y contundentes a personajes portadores de oscuros e inexplicables misterios, se vuelven nulas las esperanzas que el pueblo alguna vez se beneficie con la verdad. Por fortuna existen medios con mayor nivel ético e intelectual que sirven de modelo para el periodismo profesional y no les adjudican importancia inmerecida a personajes que pretenden haber perfeccionado el escabroso oficio de extirpar anticristos donde es racionalmente imposible verificar si residen, mucho menos buscan consolar atribuladas adolescentes embarazadas a punta de destemplados villancicos.
Esta debatida postura del clero se torna mayormente perniciosa si se comprueba ser resultado de una conjura deliberada por parte de los líderes de las religiones organizadas, en particular la que reside en el Vaticano. Especulación que traspasa los límites de ser mera conjetura cuando analizamos el comportamiento social de muchos de aquellos que de manera inexplicada se abrogan la embajada del todopoderoso o dicen obrar con su beneplácito, sin importar que cometen toda especie de atrocidades. Ejemplos George W. Bush y Osama bin Laden, quienes afirman matar seres humanos en nombre de sus respectivos dioses, y sacerdotes de los cuatro puntos cardinales que someten a indefensos niños a grotescos vejámenes sexuales.
Es precisamente el evidente desprecio en palabra y obra por parte de los figuradamente más devotos hacia la dignidad humana que nos lleva a disputar la sinceridad de aquellos que se cobijan bajo el manto religioso.
Caso en punto fue una declaración hecha por el actual presidente de los Estados Unidos al entonces Primer Ministro Palestino Abu Mazen en Junio del 2003: "Soy impulsado por una misión de Dios. Dios me diría, 'Jorge, vaya y combata esos terroristas en Afganistán.' Y lo hice, y entonces Dios me diría, 'Jorge, vaya y acabe con la tiranía en Irak...' Y lo hice. Y ahora, nuevamente, siento las palabras de Dios hacia mí, 'Vaya consígales un estado a los Palestinos y consígales la seguridad a los Israelíes, y consiga la paz en el Medio Oriente.' Y por Dios así lo haré."
Aquellos en posesión de sensatez moral y claridad mental difícilmente aceptarán la validez de una confesión que luce a una soberana tontería. Aun aquellos que se encuentran poseídos por algún fanatiquismo religioso tendrían serios reparos para convalidar la manera tan cruel cómo el Sr. Bush ha pretendido cumplir los supuestos deseos del altísimo.
Otras muestras de hipocresía moral y espiritual que se convierten en acentuado puntal de esta impugnación son la vergonzosa opulencia exhibida por el Vaticano y el sostenido maltrato tanto por clérigos de oriente como de occidente hacia la mujer.
A pesar que el lema espiritual de la sociedad que hace llamarse el bastión de la democracia -proféticas palabras que inclusive aparecen impresas en su papel moneda- ofrece testimonio cómo sus ciudadanos certifican ser Una Nación Bajo Dios (One Nation Under God). Sin embargo, el trato inhumano que imparten hacia sus contradictores demuestra, por lo contrario, que viven por encima de los dictámenes de toda deidad. Caso las recientes torturas a Iraquíes y Afganos en las mazmorras de Abu Ghraib y Guantánamo y las aberraciones y el genocidio históricamente reseñados en detrimento a Negros e Indios.
Indudablemente el aborto es una práctica execrable, sin embargo la excomunión que impone un prominente Cardenal Colombiano a sus practicantes en nada alivia la precaria condición humana de los entre 30 y 70 millones de niños que la edición de Abril del 2005 de la revista New Internationalist dice han sido abandonados a su desgracia en las calles del mundo. Infortunadamente, un clero Católico encabezado por purpurados que fisiológicamente rehúsan perpetuar la humanidad no ha sido capaz de encontrar en su estrecho corazón la providencia de remediar la pobreza y violencia que condena a estos indefensos chiquillos a rebuscar su vida en el más degradante desamparo. Inacción social que se convierte en otra indignante pluma en el deslucido bonete clerical si se comprueba que semejante afrenta social es consecuencia de una decisión tomada siglos atrás para prevenir que el Vaticano pueda ser heredado.
La expresa intención del Presidente George W. Bush de unificar estado e iglesia en el país más poderoso del planeta es tan preocupante como patente. De acuerdo a la distinguida columnista Molly Ivins, Bush pretende poblar su Suprema Corte de Justicia con fundamentalistas cristianos para promover una agenda política que transita en vertical contravención a su propia constitución. Nada le importa a Bush que este condicionamiento fue introducido por los fundadores de su nación porque sufrieron en propia carne tanto la odiosa persecución religiosa cómo que se les impusiera alguna religión estatal. Tampoco le valieron las palabras de su colega y redactor de la carta constitucional, el connotado James Madison, quién en 1803 dijo, "El propósito de la separación de iglesia y estado es mantener alejada por siempre de nuestras costas la incesante contienda que ha empapado las tierras de Europa con sangre."
La tentativa de Bush en mezclar iglesia y estado asume unos matices aun más preocupantes cuando por iniciativa propia pero a escala gubernamental promueve algo llamado Diseño Inteligente. Es esta una estrambótica teoría seudo científica promulgada por personas quienes cómo no se explican la procedencia del humano atribuyen su creación al caprichoso diseño de un desconocido ser superior. Borrar de tajo los intensos esfuerzos intelectuales de innumerables sabios quienes durante siglos quemaron pestaña para averiguar de donde provenimos representa un descabellado paso hacia atrás en la civilización humana. Algo tan absurdo cómo revertir en clase de geografía a la antigua enseñanza que el mundo es plano. Además que aceptar semejante atropello a la inteligencia sería ni más que claudicar ante la pereza intelectual. Lejos de resolver el enigma de donde proviene el homo sapiens, los cándidos proponentes de este -según Noam Chomsky- "diseño maligno" abren una puerta aun mayor, pues se verán obligados a explicar quién creó el supuesto ser aun más superior que el ser superior que nos creó.
Infortunadamente las estadísticas revelan cómo las religiones organizadas no han tenido éxito en cumplir con su auto-proclamado propósito de mejorar la condición humana. Los nativos de América poseían mayor riqueza espiritual y material antes que aparecieran aquellos empecinados en adoctrinarlos a la fuerza. Los misioneros cristianos desconocían la correlación mística del Indio con sus conterráneos y su entorno y estos últimos no demoraron en advertir los opacos designios de los primeros; quienes lejos de ser altruistas, operaban a la sombra de intenciones resueltamente ladinas, impulsados por una codicia malsana.
Esta falencia de las religiones organizadas ha sido documentada por el corresponsal Jim Lobe, quién develó cómo el Índice de Compromiso al Desarrollo, publicado en la edición de Septiembre de 2005 en la revista Foreign Policy, indica que las naciones con menor asistencia a la iglesia son más generosas en su apoyo para el desarrollo de los países pobres. El país que más contribuye es Dinamarca, donde apenas e 3% de la población va a misa por lo menos una vez por semana. Mientras que Irlanda, donde cada semana el 66% de la población atiende algún servicio religioso de manera organizada, ocupó el decimonoveno puesto entre 21 países donantes. Los dos países más religiosos, EE.UU. e Italia, ocuparon los puestos 12 y 18 respectivamente.
Es alarmante el retraso espiritual e intelectual de aquellas personas que confieren su existencia y endosan todos sus problemas a un ser supremo. Su disminuida capacidad de resolver problemas personales y sociales es notoria e infortunadamente pasarán otros tantos siglos para que las sociedades inmersas en algún tipo de religión organizada se liberen de este confinamiento psicológico.
El clero es tan consciente de este fenómeno que a pesar de reclamar ser los embajadores de dios en la tierra, entienden a la perfección cómo ya ni siquiera se tienen que preocupar por confirmar su existencia; amén de presentar credenciales debidamente acreditados.
El proceder individual de muchos de los guías espirituales de las grandes religiones está lejos de ser lo ideal o siquiera medianamente aceptable. Pocos líderes clericales se pueden catalogar como personas realmente sobresalientes, que se hayan destacado por poseer una grandeza intelectual o haber mostrado una generosidad incondicional hacia sus congéneres; en especial con las mujeres y personas de color. Algunos han incluido delitos de lesa humanidad en su rutina cotidiana sin siquiera contemplar que tan vil proceder los desautoriza por completo para ejercer como portadores del estandarte de la excelencia humana. En el supuesto nombre de dios, el desaparecido Papa Juan XXIII cometió errores de omisión que lesionaron de manera severa a los más desamparados del mundo; en particular las negritudes, mujeres y niños. Sin duda los creyentes Católicos se formarían otra opinión de Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, si se enterasen de su sombrío pasado cuando ejercía cómo miembro de las temibles Juventudes Nazis, una organización dedicada a promulgar la intolerancia y el odio racial. Execrable actitud antisocial similar a la practicada hoy día por el lóbrego pastor estadounidense Pat Robertson, quién inclusive tuvo la inaceptable temeridad de pedir que asesinaran a un presidente en ejercicio que fuera legítimamente electo por su pueblo. Oprime el corazón ver cómo aquellos que dicen laborar en favor del pueblo lo engañan para perpetuar posiciones de poder y obtener beneficios materiales que les permite vivir en una comodidad desconocida por su feligresía. Por desgracia el grueso de estos feligreses demorará varias generaciones en descubrir cómo sus dirigentes religiosos no han recibido ningún mandato de dios y que en realidad han sido víctimas del timo más grande en la historia de la humanidad.
Es tal el desconcierto humano que muchos creyentes atribuye los desastres naturales que los azota a obras de algún dios. Pero si aflige a su enemigo entonces el fenómeno se califica como un castigo de este dios. Sin embargo, en una manifestación que desafía toda lógica, los sobrevivientes aprecian su salvación como un milagro del mismo dios que envió el desastre y de manera desalmada causó los muertos. Y para rematar, cuando aquellos que señalan ser los beneficiarios del milagro de la salvación se encuentran en un desamparo total, enfermos de muerte, sin agua, comida, techo, ni ropa, imploran al mismo salvador que los socorre y no reciben respuesta alguna, terminan exclamando, ¿cómo fue que dios permitió esto? A dios, como quien dice, palo por que boga y palo porque no. Es aterrador el irrisorio análisis racional de parte de los fervorosos para concluir que un terremoto, huracán o tsunami es sencillamente un fenómeno natural ajeno a cualquier designio místico.
En tanto a dios se le utilice como un comodín en los vaivenes de la humanidad, habrá impúdicos directivos de las religiones organizadas de talante moral decididamente mediocre que se continuarán aprovechando con descaro. Basta oír los evangelizadores por radio como aseguran a sus escuchas que pueden remediar las desgracias del cuerpo humano profiriendo desgarradores alaridos a dios, sin tomar en consideración los factores fisiológicos que se deben remediar antes que un malestar salga del organismo humano. Ha sido comprobado hasta la saciedad lo imposible que es, por ejemplo, sanar un paciente con diabetes a punta de gritos sin previamente eliminar el consumo de azúcar.
Más triste es percibir la desidia espiritual e intelectual del pueblo que se deja falsear. Son pocos los creyentes que racionalizan como un dios pueda obrar en contra de las leyes de la naturaleza que suponen ese mismo dios creó.
Eric von Däniken resume esta disminución mental con punzante locuacidad, "La falencia humana de no saber cuando se le está engañando distorsionó la verdad. Surgieron las religiones y la sabiduría y verdad fueron reemplazadas por la fe."

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