Tuesday, December 27, 2005

Bagadó

Bagadó, Bebedó, Tadó y Opogodó hicieron parte de mi mágica Colombia de dó. Amo el Chocó con el apasionamiento que solo siente aquel criado a orillas del majestuoso San Juan, sentimiento tan profundo que me arrodillaba a besar la tierra apenas descendía por la escalerilla del trajinado DC-4 en la pista de Condoto. Por allá en los años cincuenta el inmenso delirio del sofoco tropical sobre mi juvenil rostro me llevaba a desear que nunca terminaran las vacaciones para jamás retornar al colegio en el insípido coloso del norte.
Años después cuando combatí como soldado conscripto por el Tío Sam en Vietnam del Sur, efusivas memorias del bello Atrato me hacía fácil cerrar los ojos bajo una palmera a la margen del Bong Son y por unos deliciosos momentos relegar la cruenta guerra que rugía a mi derredor. Se me hacía demasiado sorprendente la enorme similitud entre ese atribulado país asiático y mi añorado Chocó. Equidistantes del Ecuador, comparten el mismo clima, geografía, flora y fauna y ambos pueblos consumen una dieta básica de arroz y pescado. Mis mompas se gozaban la dicha que me producía manjares tan desconocidos para ellos como un mango viche con sal, una suculenta guayaba o una dulce chirimoya.
Nunca imaginé que 35 años más tarde la situación se invertiría, ahora los apacibles Vietnamitas gozan de absoluta tranquilidad y nosotros los que soportamos una guerra de guerrillas casi idéntica a la que me tocó en aquel nefasto año de 1968. El hecho que los que combatimos en la guerra de Vietnam la describiéramos como una pelea entre perros y gatos refleja lo similar a nuestro conflicto interno, toda vez que los unos salen de día y los otros de noche.
Pero hasta ahí llega el parecido, porque nosotros nos matamos entre hermanos mientras que el Viet Cong se vio obligado a desarrollar una enorme fiereza como salvadora respuesta a la invasión de un ejército foráneo inmensamente superior. Basta con solo contemplar la abismal ventaja norteamericana de 12,000 helicópteros contra ninguno de los norte Vietnamitas para formarse una idea de la tremenda adversidad que tuvieron que superar.
Seguramente si nos invadieran, paramilitares, guerrilleros y ejército rápidamente zanjarían sus incipientes diferencias para enfrentar a un enemigo común, sobre todo de otra raza. Indiscutiblemente esta divergencia socio-política distingue al conflicto Colombiano con el pleito entre gringos y Vietnamitas, que bastante se asemeja a la actual contienda en Irak. Nunca se ha visto que un pueblo invadido se haya cruzado de brazos y la historia nos muestra que han vencido o perecido en valeroso intento por liberarse.
Pero existe otra gran diferencia entre el pasado enfrentamiento en Vietnam y el nuestro que merece especial consideración, y es el componente militar. Me refiero tanto a la forma de obrar de los mandos, como la actitud del soldado raso. En Vietnam el ejército gringo no toleraba un miembro del generalato que no estuviera dispuesto a combatir codo a codo con su tropa. La relación entre oficial y soldado no era una de servido y servidor, pues bien sabían que la supervivencia depende de todos. Es así como la reacción para rescatar a nuestros soldados en peligro era fenomenal. A la primera señal de SOS literalmente volábamos a socorrer a nuestros compañeros en armas; ahí no había tal que el clima no permitió o que el camino podría estar minado y por ende había que avanzar a gatas. No señor, empleábamos todo nuestro poderío militar al mejor estilo de Rambo; créame que el conocidísimo jayanazo de película nos copió a nosotros y no al revés. Es cierto que a veces perdíamos más soldados en el rescate que los que íbamos a rescatar, pero el mensaje era contundente, a nuestros compañeros había que recuperarlos a como diera lugar y de la manera más expedita. Los resultados saltan a la vista cuando vemos como cayeron prisioneros un porcentaje realmente insignificante de los dos millones de norteamericanos que combatieron durante los diez años que duró la guerra en Vietnam.
Su larga experiencia en el manejo de confrontaciones bélicas hizo que el gobierno de EE.UU. implementara mecanismos legales para que aquellos conscriptos incapaces de enfrentar una situación de riesgo por temor o motivos religiosos pudieran ser retirados del servicio activo con decoro. Lo sucedido con los militares estacionados en Bagadó se viene dando hace años y revela como el ejército Colombiano se encuentra en mora no solo de mejorar sustancialmente su capacidad de respuesta ante una toma de la guerrilla, pero, más importante aun, revaluar la condición mental y anímica de sus efectivos para que puedan cumplir de manera honrosa su contrato social.
En Vietnam éramos plenamente conscientes que nuestra oficina de prensa estiraba el conteo de bajas enemigas con el fin de levantar la moral. Pero lo que jamás se vio fue que toda una guarnición actuara en contubernio para eludir el combate o que hubiera elaborado mejor plan de escape que defensa.
Mi padre decía que en la selva hay más ojos que hojas, pero ciertamente la gran mayoría de esos ojitos no saben contar cuerpos humanos. Los que hemos tirado trocha en una jungla tan espesa que no se ve el sol comprendemos lo imposible de saber cuantos guerrilleros atacaron Bagadó y lo probable es que su número se aproxime más a ochenta que ochocientos. Que a todos los militares se les acabara la munición de forma simultánea representa una coincidencia muy difícil de aceptar, ni hablar que no huyeran apenas los guerrilleros los abandonaron en el caserío. Que los reporteros no hiciesen al teniente que se les permitió entrevistar preguntas puntuales cómo que comieron y adonde durmieron durante los tres días que estuvieron "secuestrados" desluce su cobertura periodística y no implica que el ciudadano común no se las formule y requiera respuestas veraces. Para fortalecer su seguridad las comunidades más retiradas solicitan presencia permanente del aparato militar, sin embargo, cuando ante un ataque la tropa en pleno sale a perderse en el monte se vuelve elemental conocer la opinión de los habitantes sobre la real efectividad de los "efectivos" que los protegen.
Desde tomas anteriores se viene evidenciando una preocupante limitación a la libre información, lo cual solo sirve para desmejorar la imagen institucional de la patria en la medida que el ejército y la policía Colombiana no hagan frente a los flagrantes hechos de insubordinación que muy posiblemente se dan.
Donde hubiéramos abandonado el cuartel para luego presentar un relato tan inverosímil como el de Bagadó, con mi pelotón habría terminado en Long Bihn Jail, la infame cárcel para desertores en Saigón; solo para ser trasladados a la penitenciaría militar en Leavenworth, Kansas, donde probablemente un Consejo Marcial de Guerra nos hubiera dejado a la sombra durante muchas lunas.
Todo comportamiento humano, sea valentía o cobardía, se enseña por medio del ejemplo y es imprescindible que nuestros oficiales siempre demuestren lo primero. Recuerdo la primera lección que recibí durante el áspero entrenamiento en la Escuela de Ingenieros de Combate en el Fuerte Leonardwood, Missouri, fue sobre "malingering." El término usado para describir la acción del que finge estar enfermo o se pega un tiro en el pie para evadir una misión peligrosa y como esta era castigada con cárcel y destitución deshonrosa.
Habiendo marchado en sus botas, más que nadie comprendo el recelo que pueda sentir algunos de nuestros muchachos, sobre todo si no están habituados a una selva tan pesada como la del Chocó. Pero ignorar la gravedad de los hechos, además de afectar la credibilidad de las instituciones militares, corroe la dignidad y socava la valía individual.
Es fácil imaginar que piensan los dóciles Chocoes acerca de estos hombres blancos que trajeron unos negros en cadenas a despojarlos de sus tierras y costumbres para luego matarse entre sí. Emberás ni Waunanas necesitan que se les indique quienes son los verdaderos salvajes en esta tragedia que algunos llaman civilización.

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